El siguiente fragmento está sacado de la web de la Asociación para la Libre
Educación (ALE) www.educacionlibre.org
El texto plantea una forma diferente de educación (tiene sus pros y sus
contras), pero me ha gustado leerlo y me parece un tema interesante:
Crecer bien sin ir al colegio
Unos 4.000 niños españoles no van a la escuela. Por decisión de sus padres
estudian en sus hogares o en colegios no reglados. Son pocos, en comparación
con países como Estados Unidos, donde 1,1 millones practican el
«homeschooling».
En el colegio, Irene tenía pánico a no dar la talla. «Todos los días
lloraba porque no quería ir. No me hice bien con el sistema, no pude con él, lo
pasaba fatal». Con 11 años, había entrado en un estado de depresión y su padre,
profesor de universidad, le propuso dejar las clases para dedicarse a hacer lo
que ella quisiera. Ese mismo año asistió a un taller de plástica y a un curso
de teatro en la Universidad de Deusto. «Poco a poco fui redescubriendo mis
propios intereses. Me encantaban los vestidos de Lo que el viento se llevó y
empecé a hacer muñecas de arcilla para vestirlas». A los 12 años, hizo su
primer vestido de época a tamaño natural. Su interés por la costura fue
creciendo, hasta hacer del vestuario para teatro su profesión. Hoy, con 28
años, mira hacia atrás con alivio y reconoce que dejar de ir a la escuela le
enseñó a «satisfacer mis intereses y a desarrollar mi capacidad de esfuerzo».
«Las consultas de los psicólogos están llenas de chavales que no pueden
aguantar la presión escolar, que sufren acoso y malos tratos por parte de sus
compañeros o de los propios profesores», apunta Lucía, psicóloga infantil.
Exponer a sus dos hijas lo menos posible a este tipo de tensiones es una de las
razones por las que Pedro y Lucía decidieron educarlas en casa. Para sus hijas
Clara y Azucena, de 9 y 6 años, «no existe una barrera entre lo escolar y el
tiempo de ocio. Las niñas no están deseando que lleguen las vacaciones ni el
fin de semana», afirman.
Como ellas, otros muchos niños no acuden al colegio en todo el mundo. Y no
por dejadez, falta de medios o pereza, sino por decisión consciente de sus
padres. Es una opción reconocida por la ley en países como Canadá, Reino Unido,
Nueva Zelanda, Francia y Estados Unidos (uno de los países pioneros en el
movimiento del homeschooling o educación en casa, con 1.1 millones de
estudiantes en el hogar entre los 5 y los 17 años, según su Departamento de
Educación). En España, «no existe un censo de niños educados en casa, pero
calculamos una cifra aproximada de 2.000 familias, con una media de dos hijos
por familia, es decir, unos 4.000 niños», señala Juan Carlos Vila, presidente
de la Asociación para la Libre Educación (ALE). «Además, hay mucha gente que no
ha salido del armario todavía, que educa a los niños en casa pero no lo dice»,
apunta Xavier Alá, director de la escuela a distancia Clonlara España.
Al calor de Internet han surgido varios grupos de discusión y colectivos de
padres de todas las comunidades autónomas que han decidido no escolarizar a sus
hijos. Dos asociaciones les atienden: la Asociación para la Libre Educación,
que cuenta con 150 familias registradas, y Crecer sin Escuela. Esta última
nació a partir del movimiento Growing without Schooling fundado por el pedagogo
John Holt, principal ideólogo de la educación en casa.
Alegando sus continuos viajes de trabajo y su deseo de que su hijo la
acompañara, Paula consiguió el visto bueno del Ministerio de Educación para que
su hijo Pablo siguiera un programa especial de educación a distancia cuando
tenía 8 años (hoy tiene 15). Este programa asigna a los padres la lista de
libros que deben seguir y los conocimientos que el niño debe adquirir, con
exámenes trimestrales similares a los realizados en el colegio. «Tenía que
metérselo con embudo, casi a la fuerza, y no seguía su ritmo. Además, ¿por qué
tenemos que desconfiar de su capacidad para aprender? ¿Por qué hay que estar
poniéndoles pruebas continuamente?», se queja Paula. Decidió abandonar ese
sistema y le inscribió en la escuela norteamericana Clonlara, pionera en la
enseñanza a distancia, que en el 2002 abrió una sucursal en España.
Asesorar, no imponer. Como otros padres con hijos no escolarizados, Paula defiende que los
niños aprenden por sí solos y que el papel de los progenitores debe ser
asesorar y no imponer. «Aprender a decidir, a mandarse a uno mismo cuando nadie
te dice lo que tienes que hacer, es la lección más difícil y más importante»,
afirma.
Más que convertirse en sustitutos de los profesores, muchos de estos padres
fomentan el aprendizaje autodidacta de sus hijos, facilitándoles los medios
para satisfacer su curiosidad natural. Son materiales asequibles, incluso más
baratos que los de una escuela ordinaria: libros (de la biblioteca más
cercana), Internet, documentales, cursos de idiomas por ordenador… y, sobre
todo, mucho tiempo para conversar, viajar, trabajar juntos. «Los niños aprenden
observando la realidad. Si estás haciendo la comida, puede que tu hijo se
interese por aprender a cocinar. Si estás en el ordenador, seguro que quiere
saber cómo funciona y para qué sirve. Igual que es mucho más bonito aprender
geografía viajando que en un libro», apunta Paula.
Otros recursos empleados son los enviados por escuelas a distancia, como la
citada Clonlara, o los propios libros de texto que se emplean en los colegios.
Clara y Azucena siguen el método Kumon para aprender matemáticas, un sistema
inventado por un japonés para aprender cálculo a distancia. «Cada tema nuevo
viene acompañado de pistas y ejemplos para resolver los ejercicios. Así, el
niño se acostumbra a deducir y razonar, adquiere los conocimientos por propio
esfuerzo, de una forma más duradera», explica Lucía. El Kumon se ha convertido
para las dos niñas en un ritual y es uno de los pocos deberes ineludibles que
tienen: le dedican 15 minutos cada mañana, incluyendo fines de semana y
vacaciones.
La implicación de los padres es una de las claves de la enseñanza en casa.
En la mayoría de los casos, son ellos los que se encargan de acompañar a sus
hijos durante ese tiempo que los otros niños pasan en el cole; sólo una minoría
se apoya también en profesores particulares.
El esfuerzo requiere una dedicación a tiempo completo, por lo que muchas de
estas familias están formadas por padres que trabajan en casa y se turnan para
acompañar a sus hijos. En muchos otros casos, son las mujeres quienes toman ese
papel. Catherine, madre de Joel (6 años) y Liam (3 años), eligió dejar un buen
trabajo para dedicarse a sus hijos. «Al principio, sentía una presión social
muy fuerte ante la pregunta ¿y tú qué haces? ¿No trabajas? Ahora he tomado
plena conciencia de que criar a los hijos es un trabajo fundamental. Los
primeros años de la vida son muy importantes, cuanto más fuerte sea la base
afectiva de mis hijos, más fortaleza tendrán para enfrentarse a conflictos de
la vida», afirma.
«No es una opción para todo el mundo», reconocen los padres de Clara y
Azucena. Ellos decidieron dejar sus trabajos, vender su casa en Madrid y
alquilar una casita en un pueblo de Ávila, donde viven modestamente. «Es cuestión
de prioridades», señalan.
Según cuenta Carmen Ibarlucea, una de las madres de ALE, en la web de la
asociación, «es una opción minoritaria, pero igual que la gente se endeuda para
adquirir una vivienda de lujo, yo puedo posponer mi desarrollo profesional o
incluso suicidarme laboralmente para pasar la mayor parte del tiempo con mis
hijos».
¿Y qué hace un niño todo el día, todo el curso, metido en casa? ¿Alborotar?
¿Aburrirse? Los padres que lo han probado lo niegan y aseguran que, tras un
periodo de adaptación, encuentran sus propios quehaceres y motivaciones y es
más fácil cooperar y compartir el espacio porque, al estar todo el día juntos,
padres e hijos se conocen más.
Sin aburrirse. Paula opina que «los que van al cole se aburren porque, si todo el rato
les están organizando la vida, cuando tienen tiempo libre no saben qué hacer».
Su hijo quinceañero organiza su jornada. «Nunca le he escuchado decir que se
aburre. Hay temporadas en que se levanta muy tarde pero, luego, él mismo se da
cuenta de que prefiere aprovechar las mañanas», afirma.
Pedro, que tampoco va al cole, cuenta en la web de ALE: «En casa las horas
pasan volando. No tienes que mirar el reloj esperando a que llegue la hora del
recreo (lo único que me gustaba del colegio)…».
El salto al sistema reglado, incluida la Universidad, no es imposible para
alguien que no haya ido a la escuela. La ley dice que cualquiera puede
integrarse directamente en el curso de la ESO que corresponda a su edad, hasta
los 13 años. A los 18 años, se puede obtener el título de graduado en
Secundaria a través de convocatoria libre para, con él, cursar los dos años de
Bachillerato y entrar en la Universidad (a los 20 años, lo que supondría un
retraso de dos años en relación con los alumnos que hayan seguido la enseñanza
oficial a curso por año).
Teniendo en cuenta la posibilidad de que un día sus hijas quieran volver al
colegio, Lucía y Pedro intentan que vayan más o menos parejas con los temarios
que se aprenden en la escuela. Aún así, la presión y desaprobación social son
muy fuertes. Paula reconoce que ha pasado por «momentos de terror y duda porque
todo el mundo te cuenta otras historias: te dicen que estás cerrándole puertas
al futuro profesional de tu hijo y cosas así». Hoy, se muestra tajante: «Pablo
puede hacer o ser lo que él quiera. Si tienes una pasión por algo, cuando te
llega el momento de hacerlo, lo haces. La pasión y la confianza en ti mismo te
mueve más que la obligación».
Las familias de niños no escolarizados aseguran que no tienen grandes
problemas de socialización. «Pablo tiene muchos amigos, aunque la mayoría de
ellos van al colegio y hasta las cinco no pueden jugar juntos; también va a
clases de cosas que le divierten y conoce gente», cuenta su madre.
Nuria Aragón afirma que sus hijos (de 9 y 10 años, no escolarizados) son
muy sociables, se adaptan a cualquier situación y tienen amigos de todas las
edades.
Por su parte, Azucena y Clara se juntan con un grupo de niños que tampoco
van al cole, mientras que Liam y Joel juegan con los niños de su pueblo, además
de conocer a muchos otros como ellos en la escuela libre a la que asisten por
las mañanas.
En los centros urbanos, padres como Paula echan de menos «lugares donde los
niños no escolarizados puedan reunirse de forma habitual, con monitores que los
orienten y apoyen para que puedan hacer lo que les interesa». Algo común en
ciudades como Nueva York, donde Prospect Park, en el barrio de Brooklyn, se ha
convertido en punto de referencia de «los sin escuela».
José Luis Pedreira, psiquiatra infantil en el Hospital Infantil
Universitario Niño Jesús de Madrid y autor de un prestigioso estudio sobre
acoso escolar o bullying, reconoce algunos pros de la no escolarización:
«Disminuye la posibilidad de enfrentarse con el bullying, no existe
contaminación educativa respecto a los valores con los que la familia quiere
educar a sus hijos y, además, se evita el contacto con factores de riesgo, como
el consumo de drogas».
En el otro lado de la balanza, Pedreira opina que «disminuye la
socialización y crea un nivel de discriminación en el niño cuando se le compara
con otros de su edad. La educación no son sólo contenidos, es la interacción
continuada con todo tipo de personas, incluidas las que piensen de forma
diferente; ello enriquece el proceso de crecimiento personal. En la educación
en casa, esto sufre una restricción importante. La riqueza está en el contraste
entre los valores que un niño aprende en casa y los que ve en el cole. Además,
no escolarizar supone una salida tangencial de la familia, en vez de pelear por
el cambio social educativo desde dentro».
Escuelas libres. Como alternativa a tener a sus hijos todo el día en casa, algunos
padres que no desean llevarlos al colegio oficial han optado por las escuelas
libres. Es el caso de Joel y Liam. Por lo general, son centros no reconocidos
por el sistema oficial de enseñanza, están en áreas rurales y tienen en común
un horario reducido (unas cuatro horas por la mañana). Tampoco imponen
asignaturas ni hacen exámenes. Apenas existen 4 ó 5 de estas escuelas en España,
con referentes pioneros en Inglaterra (Summerhill School), Ecuador (Fundación
Pestalozzi) o EEUU (Sudbury School).
Beatriz Aguilera, pedagoga, es la fundadora de una de ellas, en la
Comunidad de Madrid. Su centro, creado en 2001, es privado, no está homologado
y cuesta unos 300 euros al mes. Acoge a 15 niños que en las cuatro horas del
horario escolar pueden hacer lo que quieran en sus instalaciones. Todo dentro
de unas normas muy sencillas y claras, como son no pegarse o recoger cuando se
ha terminado un juego. «Escuela libre no significa sin límites. Los límites
garantizan la seguridad», apunta Aguilera.
Para ella es fundamental que un niño se sienta seguro y querido y esto
ocurre «cuando no es juzgado, se le acepta como es y se confía en él». Cuando
se le pregunta por la diferencia con el sistema oficial, Aguilera afirma: «En
el colegio, al niño se le dice lo que tiene que hacer desde que entra hasta que
sale. Nosotros proponemos un ambiente donde nadie decide cómo debe ser un niño
o lo que debe aprender».
Para sus detractores, no llevar a un niño a un colegio normal equivale a
aislarle en una burbuja de la que no puede salir preparado para enfrentarse al
mundo real. Para Paula, «ese mundo real lo podemos cambiar. ¿Por qué tenemos
que meterlos en una cárcel para que aprendan un sistema carcelario?».
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